Los papas y las mamas, en general, nos pasamos la vida preocupándonos por nuestros hijos e hijas y buscando la manera más acertada de enseñarles, educarle y transmitirles los valores que creemos fundamentales. Conforme pasan los años, la tarea se complica y es posible que pasemos por momentos de todo tipo. Momentos de frustración, porque nuestro buen hacer no tiene efecto en nuestro pequeño o porque aún habiéndoselo explicado mil veces, ha tenido que tropezar y aprender de su propia experiencia. Momentos de impotencia, por no saber cómo abordar un determinado problema de nuestro hijo o cómo ayudarle para evitarle sufrimiento. Momentos de enfado, por su desobediencia. Momentos de incomprensión absoluta ante determinadas conductas suyas que no sabemos cómo modificar. Así como momentos de culpa, por no haber mantenido la calma.
En una palabra, nos pasamos la vida en un continuó ensayo-error con el objetivo de hacerlo bien y educarles correctamente. Y en todo ese proceso se nos suele olvidar algo que sin duda nos facilitaría la tarea. Algo que nos ayuda a tener una comunicación sana, a transmitirle esos valores que nos parecen importantes y a establecer límites y normas. Se trata de utilizar algo sencillo y difícil a la vez: la empatía .
Bajarnos a su nivel, ponernos en su piel, acordarnos de cuando nosotros mismos estábamos ahí. Antes de padres y madres hemos sido pequeños y pequeñas, también hemos desobedecido, también había cosas que no entendíamos y también hemos cometido muchos errores.
Entender porqué es divertido saltar en el sofá, porqué nos pone tristes que mamá se vaya, porqué no me gusta ir al cole, porqué no tengo prisa, porqué por la noche estoy más irascible, porqué me molesta que mi hermano se lleve las atenciones de mis padres o porqué ya me siento mayor y quiero tomar decisiones, nos abre el camino hacia una relación más fácil y sana. Además, mostrarles con señales verbales y no verbales que nos ponemos en su lugar y les entendemos, nos acerca a ellos y ellos a nosotros. Y eso sin duda, nos facilita la labor de educadores.
Así que tenemos razón cuando recurrimos al típico “¡qué difícil es educar!”, pero podemos aprender a hacérnoslo más fácil.
En este blog y con el objetivo de entender mejor a nuestros hijos e hijas, aprenderemos a ver el mundo a ojos del pequeño Dani, que nos ayudará a ponernos en su lugar y el de nuestros pequeños.
María De La Cruz